Valencia entera a mis pies
y la luna a hombros.
Apuñalan, criminales, punzantes,
la creciente y su contraria.
La una de cara, en el pecho;
la otra, cobarde, se arroja al cuello
por espaldas desnudas.
Pícara luna nueva vigila tras la nube
un deseo de llama apagada.
Sabe que será, pero no en las pupilas,
pero sí en las bocas.
Altiva y legítima,
luna llena se irgue
entre azoteas y viejos torreones.
Los lobos acuden a la luz.
Tal vez así sus aullidos
sean más que voz desgarrada:
poesía.